Martes 18 de enero.
En la terminal de Guayaquil, cuando fuimos a comprar el tiquete para Máncora, había un australiano (Ross) todo embalado tratando de comprar un tiquete, y yo como siempre tan metiche, me le acerqué para ayudarlo.
En la terminal de Guayaquil, cuando fuimos a comprar el tiquete para Máncora, había un australiano (Ross) todo embalado tratando de comprar un tiquete, y yo como siempre tan metiche, me le acerqué para ayudarlo.
El como que le dio gracias a Dios, porque llevaba un rato ahí y no había podido. Aunque él iba para un lugar más lejos que nosotros, debíamos coger el mismo bus que salía a las 8 pm. Entonces como todavía teníamos tiempo decidimos ir a dar una vuelta por la ciudad.
Yo quería conocer el famoso malecón, es como de las cosas más interesantes de la ciudad. No fue nada del otro mundo, pero era bonito. Caminamos un rato por ahí, conversamos, me tomé un yogurt helado delicioso, con ese calor.
Había un stand de la cruz roja para donar sangre, me gusta mucho hacerlo y siempre que tengo la oportunidad trato de aprovecharla. Sin embargo no estaba muy segura de irme metiendo una agujota por ahí en cualquier parte.
Pero bueno, me animé, se veía todo muy confiable. Lo que no sé es como el australiano también se animó, y bueno, ahí estábamos, donando sangre en el malecón de Guayaquil.
Volvimos a la terminal y arrancamos nuestro viaje hacia Perú. El bus era de dos pisos, son muy comunes aquí, y en general las sillas se pueden acostar casi por completo. El bus debía parar en la frontera para que registráramos nuestra salida de Ecuador, y más adelante la entrada a Perú.
Llegamos a la parte de Ecuador como a las 12 de la noche. Entonces toda la gente se baja del bus, hace una fila, hace sellar el pasaporte y listo. Pero yo me quedé en el bus para no hacer esa fila, y cuando vi que ya se estaba acabando me bajé. (Me da hasta risa de mi misma, por ser tan tranquila, mi mamá se hubiera puesto furiosa)
Cuando fui a hacer la fila la gente que estaba ahí ya era de otro bus, y mi bus ya se iba a ir, sin embargo alcancé a que me pusieran el sello, pero el australiano iba detrás de mí y cuando le iban a poner el sello a él, se cayó el sistema. (Todas las noches se cae el sistema como por 3 horas, entonces uno se tiene que quedar esperando ahí a que se reinicie).
Yo no lo podía creer, don Murphy que nunca falla. El conductor del bus estaba furioso, dijo que no se iba a quedar esperando 3 horas solo por una persona, que nos fuéramos y dejáramos a Ross ahí. Pero pues ni riesgos, como iba a dejar a esa pobre hombre ahí tirado. Tuve que ponerme “muy seria” por primera vez en el viaje, y decirle al conductor que ahí nos quedábamos y que él no podía dejar a nadie.
No sé cómo, pero el de inmigración se apiadó de nosotros y después de un rato le puso a Ross un sello manual, y ahí si pudimos irnos. Luego hicimos lo mismo en la parte peruana, pero allí no hubo ningún problema.
Llegamos a Máncora, nos despedimos de Ross porque él seguía su camino. En el bus habíamos conocido -otros- argentinos, y nos fuimos con ellos para un hostal donde ellos tenían una reserva a ver si había cuartos disponibles.
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