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lunes, 24 de enero de 2011

Para terminar Montañita

Jueves 13 - Martes 18 de enero


Como les iba contando, fue un lugar súper especial. Les contaré lo que hacía todos los días. Me levantaba, íbamos a desayunar, luego a la playa, otros se iban a vender sus inventos; almorzábamos tarde y otra vez a recorrer un poquito.

Siempre recorríamos las mismas cuadras un rato largo para poder escoger lo más barato, y generalmente terminábamos comiendo lo mismo. Pero la caminadita era parte importante, porque es muy rico ver la gente y todo lo que pasa alrededor todo el día.

No sé cómo pero el día se iba rapidísimo, nos bañábamos en la noche y salíamos otra vez. La vida nocturna es muy activa. En las calles hacen artesanías todo el tiempo, hay diferentes grupos tocando, gente bailando, hay malabaristas, y cuanta cosa se inventa la gente.



Creo que cada día no dormí más de dos o tres horas, nos acostábamos muy tarde y siempre había música en todas partes que hacía muy difícil poder dormir. Sin embargo nunca me sentía cansada.

Estuve descalza la mayor parte del tiempo, mis pobres pies, pero me encanta esa sensación; además todo era limpio y bonito. Bueno pero la verdad es que yo soy un gamincito, y allá sí que menos me preocupaba por algunas cosas. (Por eso seguramente también en todas las fotos me verán con la misma ropa).

Un día a todos les dio diarrea, se comieron una hamburguesa rara, y claro. Pero entonces entre todos nos cuidábamos, ese botiquín mío (el súper botiquín) le ha servido a todo el mundo. Cuando pasaba algo me mandaban el enfermo a mí. Jeje


A mí no me ha dado nada raro, solo una noche me doblé un tobillo súper duro, me dolió tanto que pensé que no iba a poder caminar en varios días. Iba caminando por la playa, y claro, elevada como cosa rara.

¿Les mencioné un francés que hace masajes? El ya me había hecho uno en la espalda (5 dólares, ese si supo inventar el negocio), y el día que me torcí el tobillo me hizo uno de cortesía. Al día siguiente me compré una crema caliente y el dolor fue desapareciendo rápidamente.

Hubo un día muy triste, creo que fue el viernes. No quisiera ni mencionarlo, pero pues también es parte de la experiencia, y con ustedes me desahogo. Empezaron los rumores de que se había ahogado alguien. Fue una niña como de 14 o 15 años, ecuatoriana. No estaba muy adentro en el mar, pero hay partes con corrientes muy fuertes. La rescató un surfista, pero finalmente no pudieron hacer nada.

En esos días hubo casos similares, y aunque no me gusta mucho meterme al mar, desde ese día sí que menos, sobretodo en esta temporada de tantas corrientes. Entonces solo me dedicaba a broncearme un poquito y a ratos y me metía al agua a jugar en la orillita.

Qué sensación tan pelle, saber que al lado de uno se muere alguien, que pudo haber sido cualquier otro, que era solo una niña, bueno, tantas cosas, y sin embargo la vida sigue. Pero ese tipo de cosas me ayudan a tomar más conciencia cada día de lo efímera que es la vida, y que definitivamente hay que vivir intensamente, cuidándose mucho.

El sábado fue un día raro por que llegaron todos los ecuatorianos a pasar el fin de semana, entonces parecía otro lugar, todo el panorama cambió, era tan extraño. ¿Han visto esos correos de “gente mañé” y cosas así? Pues les juro que eso es lo que había, por todas partes.  (Con todo el respeto pues, jiji).

Ese día conocí a Michael, es un australiano tan lindo, pero no solo lindo por fuera, sino una persona tan dulce, tan calmada, con un corazón tan puro. Ni siquiera terminó el colegio, sino que se dedicó a surfear toda su vida, y va por todo el mundo haciéndolo. Trabaja un tiempo, ahorra y arranca, y así.

Me sorprendió que Michael nunca deja de sonreír, era tan charro, intentaba quedarse serio, pero siempre estaba sonriendo. Es muy bueno para escuchar, entonces aproveché y me desahogué de un montón de cosas, de lo mal que me sentía por lo de la niña del día anterior, de la injusticia, de lo denigrante de algunas cosas de la vida, etc., jeje; cosas muy profundas, y él solamente escuchaba y sonreía. Nos costaba un poco entendernos porque ese inglés australiano es muy raro, pero eso nos hacía dar más risa.

Hablando con él ese día, y viendo cómo vive su vida, me di cuenta que yo tengo taaaantas preocupaciones, y que en realidad la mayoría no son tan importantes como yo creo. Y que además me he desgastado tanto en cosas que no valen la pena. Fue tan bueno poder sentir eso.
Creo que él es un nuevo amigo, también va hacia el sur, entonces espero encontrarlo otra vez.

Uno de los últimos días fuimos algunos a conocer otra playa cercana, yo ya quería un poco de silencio y calma. Era como a 25 ó 30 minutos. Se llama Ayampe. Estaba totalmente desierta. Solo había un perrito, que no falte.


Allá hasta dormí en la playa, aprovechando el silencio y la tranquilidad. Almorcé  en un pequeño restaurante, recuerdo que fue muy rico, pero no recuerdo qué. Lo que sí recuerdo es que me comí una torta de chocolate deliciosa, parecía la de Deli, fui tan feliz. ¿Cómo soy tan de buenas de encontrarme algo así?

Cuando nos íbamos a devolver, ya no estaban pasando buses, eran como las 7 pm. Intentamos parar muchos carros, pero no tuvimos éxito. Afortunadamente estábamos esperando en una estación de policía, entonces después de algún rato, ellos se compadecieron y se ofrecieron a llevarnos, aunque nos pidieron 15 dólares para la gasolina, sabiendo que allá un galón es como a dos dólares, pero no importa, después de que nos hicieron ese favor, qué más se iba a hacer.

Les cuento que tengo una nueva muy buena amiga, se llama María Eugenia, es argentina, tiene 25 años, trabaja con niños especiales. Entonces desde el principio tuvimos mucho en común. Estaba viajando sola también, aunque solo por unos días. Dormía en el colchón del frente, jeje (eso suena tan charro).

Empezamos a hablar de cuando fue a Machu Picchu, y entre muchas cosas que me contó, me dijo que no se había sentido bien porque en parte del trayecto que hizo, hay unas personas que deben cargar las maletas de los turistas, y que ella intentaba hablarles o tener algún contacto con ellas, pero que ellas no se sentían cómodas. Que le parecía que eran tratadas como animalitos, y que eso no le gustó para nada.

Me encantó que me contara eso, y supe que era mi tipo de persona, porque me gusta la gente que se percata de cosas como esas, cosas tan humanas que para otros pasan tan desapercibidas.
Entonces “Mariu” fue mi principal compañera, nos reíamos mucho, intercambiamos mucha información (de todo tipo), y me enseñó su lema: “¿Y quién me quita lo bailao?”. Obviamente, llegaré a visitarla a Argentina, si Dios quiere.

Otro personaje importante en la historia se llama Juanito (Juan Carlos Valverde), es un caleño que está haciendo más o menos la misma ruta mía. Entonces decidimos que seguiríamos juntos por lo menos hasta cierta parte. (Más adelante hablaremos más de él).



Juanito, el caleño, todos los días me preguntaba: “¿Ve, y cuando es que nos vamos?”, y yo le decía: “mañana nos vamos”, y él respondía: “A bueno”. Jeje.
Un día le dije: “nos vamos hoy”, y él muy obediente arrancó. Cada despedida daba nostalgia, aunque ya se habían ido varios, nos daba mucho pesar.

Sabía que debía irme ya, aunque de verdad no quería, pero pues decidí arrancar. Como siempre, cuando más cómoda y contenta estoy debo irme, pero pues debo acostumbrarme a que eso hace parte de este viaje.
Compramos un tiquete de Montañita a Guayaquil para la 1 pm. Llegamos a Guayaquil a las 4  pm; de ahí nos dirigiríamos a Perú, específicamente a Máncora, una parte de la costa muy al norte.
Para mí el calorcito y la playa siempre son buenos, entonces decidimos hacer una parada ahí, además toda la gente que venía en dirección contraria a nosotros nos hablaba de ese lugar.

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